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Cazando...
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Cazando...
Me trepé a un viejo árbol seco para poder cazar. Hacía ya casi una semana que me alimentaba exclusivamente de vegetales. No me animaba a cambiar artículos robados en el mercado negro, allí no se podía confiar en nadie. La vigilancia en mi distrito nunca fue buena. La mayoría de nosotros prefiere sentarse y esperar, nunca actuar. La gente no es buena trabajando físicamente, pero en lugar de ello pensamos. Yo no hablo con los demás, pero se lo que piensan. Sus miradas lo dicen todo. La gente muere de hambre en las calles pero nunca mueren de ello. La vida es difícil, las enfermedades abundan.
Yo vivo mejor que el promedio. No soy de la clase comerciante, pero vivo bien. Mi abuela se encargó de enseñarme muchos trucos. Robar está penado con la muerte, pero no me importa. Me azotarían por semanas por todas las horas que salí a cazar. Tampoco podemos leer, pero ¡Mierda! ¡No me importa! Los libros de mi abuela dan de que pensar.
Escucho un ruido a mi izquierda y saco de mi cinturón un cuchillo. No es uno normal, de hierro. Es de los que se llevan al capitolio, eléctricos, que repelen la sangre y nunca se gastan. Si así lo deseo puedo cambiarle el color, o el filo de la hoja. Sin embargo muchas de sus funciones no sirven ya que lo dañé al eliminar el rastreador y ya no supe como retirarlo. Más allá, entre los árboles, identifico algunos Gransos salvajes. Apunto a uno especialmente grande y lanzo el cuchillo. Este gira varias veces antes de clavarse silenciosamente en su objetivo. Antes de que el Granso sienta el dolor lanza una descarga eléctrica programada para que la carne quede tierna. Si bien está hecho para los cocineros del capitolio, sirve también para cazar, porque mata a la presa al instante y de una manera nada dolorosa. Me bajo del árbol de un salto y observo a mi presa, que ahora está tirada en el suelo completamente muerta. Es buena, y me va a servir por días... si tan solo consigo como refrigerarla.
Robar cosas pequeñas está bien, pero solo los agentes de la paz, el alcalde y algunos comerciantes afortunados tienen heladeras. Robar una heladera significa que me descubran. Podría vender parte del granso en el mercado negro, pero ya obtengo suficiente dinero dando frutos, papas, y el cereal que tengo de más por las teselas. Últimamente se está acumulando de sobremanera, y ya que no me sirve para mucho, lo vendo. Podría arriesgarme a vender algo de granso, tal vez el cuello y las alas, y también el cereal que recibiré por la tarde, y tal vez conseguiría suficiente dinero para el pago inicial de mi heladera. Con suerte. Debía pensarlo bien, porque tengo otras necesidades aparte de la comida.
Me senté en un arrollo metros a mi derecha para limpiar mi presa y pensar tranquilamente un rato.
Yo vivo mejor que el promedio. No soy de la clase comerciante, pero vivo bien. Mi abuela se encargó de enseñarme muchos trucos. Robar está penado con la muerte, pero no me importa. Me azotarían por semanas por todas las horas que salí a cazar. Tampoco podemos leer, pero ¡Mierda! ¡No me importa! Los libros de mi abuela dan de que pensar.
Escucho un ruido a mi izquierda y saco de mi cinturón un cuchillo. No es uno normal, de hierro. Es de los que se llevan al capitolio, eléctricos, que repelen la sangre y nunca se gastan. Si así lo deseo puedo cambiarle el color, o el filo de la hoja. Sin embargo muchas de sus funciones no sirven ya que lo dañé al eliminar el rastreador y ya no supe como retirarlo. Más allá, entre los árboles, identifico algunos Gransos salvajes. Apunto a uno especialmente grande y lanzo el cuchillo. Este gira varias veces antes de clavarse silenciosamente en su objetivo. Antes de que el Granso sienta el dolor lanza una descarga eléctrica programada para que la carne quede tierna. Si bien está hecho para los cocineros del capitolio, sirve también para cazar, porque mata a la presa al instante y de una manera nada dolorosa. Me bajo del árbol de un salto y observo a mi presa, que ahora está tirada en el suelo completamente muerta. Es buena, y me va a servir por días... si tan solo consigo como refrigerarla.
Robar cosas pequeñas está bien, pero solo los agentes de la paz, el alcalde y algunos comerciantes afortunados tienen heladeras. Robar una heladera significa que me descubran. Podría vender parte del granso en el mercado negro, pero ya obtengo suficiente dinero dando frutos, papas, y el cereal que tengo de más por las teselas. Últimamente se está acumulando de sobremanera, y ya que no me sirve para mucho, lo vendo. Podría arriesgarme a vender algo de granso, tal vez el cuello y las alas, y también el cereal que recibiré por la tarde, y tal vez conseguiría suficiente dinero para el pago inicial de mi heladera. Con suerte. Debía pensarlo bien, porque tengo otras necesidades aparte de la comida.
Me senté en un arrollo metros a mi derecha para limpiar mi presa y pensar tranquilamente un rato.
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